Querida Tara. Acabas de nacer. Me miras y miras a este mundo con esos ojos inmensos. Esos ojos curiosos, ávidos de recibir todo lo interesante y bueno de este mundo.
Pero, querida Tara, en este mundo no todo es bueno, y, a veces, ni siquiera interesante. Hay días donde mis ojos, descansados tras un sueño reparador; empiezan la mañana viendo una injusticia, un abuso, un compañero que quiere, pero no puede. Y lo que es peor, un que puede, pero no quiere. Incluso a veces, ese compañero soy yo mismo. Poco a poco esto va haciendo que el día se torne gris. Que mis ojos acumulen este cansancio y lleguen, de nuevo, a la noche, cansados de lo que ven.
Cuando empecé a escribirte esta carta, mi idea era aconsejarte bien para que pudieses crecer en esta jungla en la que vivimos. Pero ahora, te pediría un favor: ¡enséñame!. Enséñame a mirar con tus ojos. Esos ojos llenos de vida y ganas de aprender. Esos ojos que no acumulan, que miran cada situació9n como nueva; como una oportunidad de aprender y saborear algo positivo.
Enséñame, querida Tara, a ver todo lo que la vida me ofrece, como un olor nuevo que disfrutar, y no un pesado ladrillo con el que cargar.