Hoy me preguntaron: ¿qué es ser padre?.
Yo, dejo mis ideas teóricas a un lado y me dispongo a sentir qué es ser Padre. (soy hombre, pero pienso que esto también es aplicable a las madres).
Es, sobre todo, aprender. Estar dispuesto a escuchar, a abrirse, a observar con los mismos ojos del bebe que nos mira.
Aprender a tenerlo en brazos y sentirlo. Sentir su peso, su calor, su aliento. Saborear ese olor a vida que desprende su cuerpo y que inunda toda una casa. Dejar que también inunde nuestra alma.
Mirar sus ojos cerrados. Descubrir esa placidez que expresa su leve sonrisa, sintiéndose totalmente protegido cuando duerme. Dejar que él nos proteja de nuestros problemas, nuestras dudas. Descansar en su pequeño hombro nuestras repletas cabezas y sentir como esa tremenda fuerza vital que posee, es capaz de confortarnos.
Y si ahora nace un beso de lo más profundo de nuestro corazón, sentirlo con todo nuestro cuerpo. Acercamos nuestros labios a su pequeña carita y dejamos que aflore esa corriente de todo nuestro ser y que vuelva a nosotros renovada con toda su inocencia, a través de su limpia y fresca piel.
Así, le enseñamos a sentir el amor y a tener la necesidad de darlo, para que nos sea devuelto renovado por el agradecimiento del que lo recibe.
Y lo abrazamos, porque parece que aún nos sabe a poco esa devolución, porque queremos mantener esa magia que nos protege del exterior, incluso de nuestro interior. De esos pensamientos que no nos dejan saborear esta corta vida.
Así, él aprende a abrazar. Y abriendo sus grandes ojos llenos de curiosidad, nos transmite redoblado todo ese afecto del que sin nosotros percibirlo, él a estado esponjándose mientras dormía.
Ahora nos da su siguiente lección. Para enseñarle, debemos, ante todo, aprender a escucharlo. Aprender a ver en él lo que en cada momento está dispuesto a experimentar. No yendo delante de él y llevándole de la mano, sino estando a su lado, curioseando con él, experimentando como él, sintiendo la vida como él, nueva, excitante, llena de intensos momentos.
No es revivir nuestra niñez, ni intentar sentirnos como un niño, sino ilusionarnos con los pequeños descubrimientos, llorar en los momentos difíciles, sin disimulo, sintiéndolo en todo nuestro cuerpo. Y en los momentos felices, gozar hasta el éxtasis, dejar que todos nuestros agarrotados músculos vibren. Darnos cuenta de como nuestro rostro, con todas sus facciones, se ensancha y deja paso a unos ojos como los de nuestro pequeño maestro, grandes, claros, transparentes, brillantes, ávidos de vida.
Como veis, puro egoísmo lo de ser padre.
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